El post d’avui en permaculturapirineus.wordpress.com: Què és un hort?
Monthly Archives: May 2013
La fada del bosc
La fada del bosc. Plantes del nostre hort
Violencia y Non-violencia. Una perspectiva orientada a la solución.
En uno de mis posts animaba a dejar de mirar lo que falta en el vaso y pensar más bien en lo que les gustaría echarle a la parte llena. Después de publicarlo, y hablando con varias personas, entendí que mis palabras suenan un tanto abstractas para mucha gente, o incluso pueden resultar triviales para algunos. Como por ejemplo para la señora del autobús que, escuchando mi conversación con otra persona sobre las dificultades que tienen las madres con hijos pequeños de encontrar un trabajo que les permita atender a sus hijos, pasar tiempo con ellos más allá del fugitivo “buenas noches”, me echó a la cara con mucho enojo el que ella, como la mayoría, también deja a su hija en la guardería hasta las 7 de la noche, porque “aquí, o trabajas, o trabajas”. Confieso que su comentario, lanzado por sobre el hombro, mientras bajaba a su parada, me dejó bastante confundida. No entendí bien si su enojo era con las estructuras que la maltratan (a ella y a los demás millones), conmigo que la hacía recordar lo perjudicial que eso es para la salud emocional de la niña y para su futuro como adulta, o con ella misma por no encontrar otra manera de cubrir sus necesidades sin sacrificar su maternidad y la infancia de su hija. El sentido común me hace pensar que su enojo iba con todo eso. No obstante, pienso que la señora estaba consciente sólo de su enojo con los primeros dos y, mientras en cuanto al primero “no hay remedio”, la señora canalizó su enojo hacia mí, quien en su percepción la había – indirectamente – juzgado, sin haberle ofrecido una solución, una alternativa a su vida hipotecada. Le había puesto el dedo sobre la herida sin ofrecerle ninguna medicina que la curase. Si estoy acertando, debo admitir que tiene mucho sentido. Quizás porque la conversación no había llegado al punto, o porque la señora llegó a su parada demasiado pronto o, quizás por costumbre occidental me había limitado a hacer un diagnostico y un pronóstico, sin proponer una terapia.
Si me la encontrara ahora le diría que no existe una solución, sino un sinfín de soluciones, dependiendo de las capacidades de cada uno e incluso de las preferencias. En líneas generales, se trata de vivir con la mayor autosuficiencia posible, tratando el dinero como una energía –no como un fin–, procurando utilizar energías que no se agotan con consumirlas y no contaminan con producirse – por ejemplo el viento y el sol — y usar con moderación cada energía – como el dinero –; revisando sus valores, lo esencial de la vida; sacar mayor provecho al tiempo – haciendo intercambio de servicios y favores y produciendo su alimento, arreglando sus ropas y confeccionando los juguetes de sus hijos por ejemplo, todas ellas acciones que se pueden realizar en compañía de su familia–; reflexionando sobre el quantum satis: la medida necesaria y suficiente para el bienestar proprio y de su familia, priorizando necesidades básicas y reduciendo lo más posible los caprichos –reflexionando antes sobre las necesidades básicas y habiendo hecho un sostenido trabajo para delimitarlos de las normalidades (lo no necesario pero sí útil) y caprichos –, un requisito muy importante es renunciar a la televisión (o reducir sustancialmente su uso) y los otros medios de publicidad. Todo esto y más, así como en el ABC que formulan varios eruditos-activistas en Cómo ayudar a crear barrios ambientalmente sostenibles y autosuficientes. Desde luego, para que sea respetuosa con la diversidad de la especie humana, que se dan incluso dentro de culturas bien delimitadas, cualquier propuesta para construir un mundo sostenible y equitable se habría de interpretar y aplicar con eclecticismo, es decir sin descartar ningún medio que pueda concordar en un proceso non-violento con fin de paz y armonía. A la vez, seria necesario hacer una recuperación cultural, recogiendo e incorporando perlas de todas las culturas para cambiar la cultura del objeto en la cultura de la vida: con algo de hinduismo-budismo-taoísmo para aceptar y aprovechar las contradicciones –un poco más del último para hacer sólo lo que se pueda deshacer—, mucho de la tradición talmúdica del dialogo, del espíritu de comunidad y solidaridad en el islam, así como en otras culturas ancestrales. Y del cristianismo también hay perlas que recuperar: objetivar el conflicto como en la religión católica que perdona al pecador pero condena el pecado, la conciencia y responsabilidad individuales (para formular la elección de paz) en el protestantismo, y el optimismo de la religión ortodoxa que ve la esperanza entre nosotros.
Sin embargo, ninguna terapia podría funcionar antes de que la señora del autobús tenga conciencia de su enojo con ella misma, parte de este círculo de violencia por acción, por participar en una estructura violenta que la maltrata: la empresa — que le impone un horario antihumano –, amparada por la omisión (cuando no la acción) del estado — en una situación generalizada a nivel global y sacralizada por políticos y economistas con la palabra más pronunciada del día: crisis — para obtener los recursos que necesita ella y su familia a la que a su vez está maltratando de alguna manera; y por inacción, por no romper el círculo de violencia en el que está embutida.
Si agrandamos el cuadro de estudio veremos que la violencia se repite en más esferas de nuestra vida: nuestras necesidades básicas de salud emocional y, por ende, física están vulneradas por la incertidumbre económica en la que vivimos desde hace unos años, doblada (triplicada, ¿multiplicada?) por una inseguridad identitaria y carencia espiritual inducidas desde aún más tiempo por la sociedad industrial y post-industrial. En la cultura occidental del último siglo, nuestro cuerpo no es un medio para alcanzar “la felicidad”, sino que se ha convertido en un fin en sí mismo. Este reduccionismo, anclado en tres ejes – “afectivo- científico- económico”*– permitió la especulación con bienes tan básicos como el alimento, la salud, y la vivienda. El eje afectivo está cuidadosamente estudiado e intervenido por lo que brevemente denominaremos publicidad, pero que va mucho más allá de los anuncios y slogans conocidos bajo este nombre, constituyendo una verdadera ciencia económico-política (a título de ejemplo, como estudio más detallado sobre el funcionamiento de la publicidad y las relaciones entre mercado, ciencia — incluyendo la medicina– y política, véase *Ileana Desiree Ibáñez y Juliana Huergo, “Mercantilización, medicalización y mundialización de la alimentación infantil”. Intersticios, Vol 6 nº 2 (2012). Lo científico y lo económico – mano a mano– certificados como mainstream por la voluntad política, resultan ser el dogma del último siglo dedicado a “la cultura del objeto” y “la religión del consumismo” (en palabras de Jordi Romero en “El rebost de la ciutat. Manual de permacultura urbana”, Fundació Terra, Barcelona 2002).
Y ahí estamos nosotros, recibiendo los sermones cada día a través de la televisión, del periódico, del programa de radio que escogemos para entretenernos mientras conducimos hacia el trabajo, por la boca del jefe, de un colega estimado o uno odiado, de nuestros amigos, de la madre o la suegra, de los hermanos en las comidas familiares, de nuestra pareja entre la cena y el “buenas noches”, como una oración colectiva y continua que legitima nuestro día a día y da sentido de “normalidad” a las violencias que ejercemos sobre nuestros hijos abandonados las 12 horas en las guarderías, sobre las personas de otros países cuyos recursos explotamos para poder comprar barato, y sobre la naturaleza que maltratamos con tantos gestos de los que ni siquiera somos conscientes.
Y ahí está la señora del autobús que va a dormir con un doble sentimiento de haber pecado: primero por los propios sentimientos en contra del “Todopoderoso en la Tierra”, por haberse roto unos instantes de la oración colectiva y, segundo, por algo que no tiene claro pero que le deja un sentimiento de pecar en contra de ella misma.
Con un diagnostico así, ¿hay alguna esperanza? ¿Qué puede hacer la señora del autobús, y los millones como ella, para romper el círculo de la violencia? ¿Cómo puede pensar en soluciones y creer en su viabilidad?
Hablaba de maltrato y esto me lleva a pensar en la violencia domestica donde, por mucho que no guste oír esto, se da el mismo circulo de violencia circunscrito a círculos cada vez más amplios. Es decir que víctima y perpetrador son atributos intercambiables. No hay víctimas y no más, hasta los hijos maltratados (directamente) o los de una pareja donde se da violencia de género llegan a reproducir la violencia como perpetradores sea sobre sus hermanos o compañeros o, a más tardar, como adultos. Pero si somos capaces de violencia, somos capaces de non-violencia también. La clave está en aceptar que somos también perpetradores, no sólo víctimas, y encontrar la fuerza interior para buscar la puerta de salida – se abre sólo desde dentro y únicamente con convicción. Luego hay que buscar y aceptar todo el apoyo y la cooperación que haya al alcance, desacoplarse de las relaciones violentas y reacoplarse en relaciones non-violentas.
En breve, los pasos para romper el círculo de la violencia son: aceptación – elección – acción. Gandhi dijo “Tienes que ser el cambio que quieres ver en el mundo”, y él lo fue. Aceptó que, mientras seguía beneficiándose del estatus social y económico superior que le proporcionaba su casta de origen, no podía ser coherente con sus convicciones y escogió vivir humildemente para llevar su lucha non-violenta para la liberación del imperio Británico, a través de la non-cooperación con los opresores y la vida en comunidades auto-suficientes.
La acción, o el proceso exterior, puede ser factible únicamente si viene después de haberse cumplimentado los procesos anteriores e interiores: (primero) de aceptación de 1) la ambigüedad – todo, incluso uno mismo, es ying y yang, bueno y malo – y 2) la codependencia — nadie por si sólo tiene la responsabilidad o la culpabilidad en un conflicto, siempre se trata de coparticipación –, y (luego) de elección 1) del conflicto como fuente creadora en detrimento del conflicto como fuente de destrucción, 2) de circunscribir el bienestar personal al bienestar común y 3) actuar con non-violencia. Esta fase interior es la parte más difícil y que más fuerza interior requiere; sin embargo, una vez completada, las actuaciones non-violentas fluyen con naturaleza — en palabras de Gandhi: “La fuerza no proviene de la capacidad física. Proviene de una voluntad indomable” — y los desacuerdos, los conflictos que uno se encuentra en el proceso de vivir, resultan fáciles de transformar para el bienestar duradero siempre y cuando los medios (y actitudes) para transformar el conflicto son non-violentas, inclusivas, dialógicas, reversibles y perseverantes.
A pesar de la necesidad de completar la fase interior antes de pasar a la acción, el proceso no es lineal – de nuevo nos encontramos en un círculo, esta vez un circulo de paz y armonía — y, para formular la elección de actuar con non-violencia para el bienestar común, uno necesita tener perspectiva: ¿para qué hacerlo?, ¿para qué abandonar el “confort” y la “seguridad” que da la oración colectiva?, ¿a qué me llevará esto? Pero no es necesario abrumarse con tanto interrogatorio, hace falta tan sólo una pregunta que la señora del autobús, y los millones como ella nos hagamos antes de dormir para liberarnos del sentimiento de pecar en contra de nosotros mismos: “¿Cómo es el mundo en el que quiero vivir, en el que quiero que vivan mis hijos?” La proyección de esta “fantasía”, de este deseo profundo y honesto, es la razón de ser de cada uno de nosotros. Tal vez no sea un ejercicio fácil de lograr, pues estamos acostumbrados a ver la parte vacía del vaso, lo que no nos gusta del mundo en el que vivimos… Se trata de empezar a cambiar de lentes, de ver lo que sí tenemos y nos gusta — la parte llena del vaso–, y pensar en positivo: qué otras cosas necesitaría añadir para llenar el vaso. Atreverse a fantasear sobre el futuro, atreverse a soñar…